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De crio sentía fascinación por el personaje de Magdalena. En las múltiples clases de religión que tenía en el colegio Maristas de Salamanca disfrutaba con la historia y las leyendas del nuevo Testamento: la resurrección de Lázaro, los peregrinos de Emaus, el angel anunciando la resurrección, la duda de Santo Tomás... Pero, sin duda, como crio inberbe y preadolescente estaba intrigado con esa prostituta conversa. ¿¿Tal era la fuerza de Cristo que podía convertir a una meretriz en una mujer casta y modelo para los cristianos??. Mi fe se renovaba con ello.
Años más tarde, tras decenas de misas, sermones, ejercicios espirituales y confesiones vacuas, Magdalena seguía siendo un personaje muy intenso para mi. Ahora me preguntaba, ¿Cómo es posible que Cristo no sucumbiera a semejante hermosura y rotundidad?. Los evangelios apócrifos venían a calmar mi espíritu adolescente. Amante, claro. Es el hijo de Dios, hecho Hombre, ¿ no es cierto?.
Cuando estudié arte en la Facultad, George de la Tour fue un descubrimiento. Amaba el tenebrismo y a Caravaggio desde que lo estudié en C.O.U. La Tour mostraba otro tenebrismo, más sutil, más sosegado, sin las fuertes composiciones del italiano.
Y allí apareció ella. Pura poesía. Un instante de reflexión, un momento de intensa soledad, un cambio de camino, de vida: la luz de Cristo ilumina a la nueva Magdalena. La calavera, la vanitas del Mundo; la luz, el camino de la salvación. Miradle la cara...¡Qué angustia!, ¡qué decisión!.
Y yo pensaba, qué hermosura, qué candidez, ¿por qué la fuerzan a decidir?. Con el tiempo se convirtió en una imagen de amor, de decisión sublime, de renuncia y, por supuesto, en uno de mis cuaddros favoritos del arte clásico.
Hoy ha llegado al Prado. Estará dos meses en España. Allí estaré con ella, al menos, un rato y trataré de aconsejarla, de ayudarla en ese decisión infinita. Dejadme que como hace Danaerain os ofrezca una poesía. Angel González, un genio...
Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada
me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz cualquiera...
Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada mía,
transido de distancia,
bajo ese amor que crece y no se muere,
bajo ese amor que sigue y nunca acaba.
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