Cuando Jan van Eyck pinta en 1435 La Virgen del Canciller Rolin, ya hacía diez años que Tommaso di ser Giovanni di Monte Cassai, llamado Masaccio había pintado los frescos de la capilla Brancacci.
Dicen los estudios sobre la época que cuando Felipe III, duque de Borgoña, convirtió a Eyck en su pintor de Corte le tomó tanto aprecio y amistad que le encargó misiones diplomáticas secretas en varios países.
Quisiera creer que en unos de esos viajes contactó en Florencia con Felice Brancacci, rico mercader de sedas, alto cargo del Communale florentino y antiguo embajador en Egipto. Preocupada la Cristiandad con el invasor Turco que amenazaba Constantinopla, Brancacci era el hombre ideal para conocer sus intenciones y, a través de Van Eyck, tener informados a los borgoñones y a los Capetos franceses.
En realidad, Van Eyck apenas tenía pensado demorarse dos días en Florencia para realizar el parlamento, camino de Roma para ver al Papa pero era dificil sustraerse a conocer de primera mano las maravillas esculpidas en las Puertas del Baptisterio por Ghiberti y las pinturas del Giotto en la Santa Croce. Hablando con Brancacci, éste debió de querer impresionar al flamenco que le había regalado una pequeña madonna con niño, hoy perdida. Le habló de su nuevo maestro, del joven Tommaso, y el ya adulto van Eyck aceptó ver su obra no con cierta curiosidad tras oír las elevadas alabanzas del mercader.
Cuando Van Eyck contempló aun a medio terminar el cuerpo superior de la capilla, "la expulsión del paraiso" y "el tributo de la moneda"-relata en sus escritos el anciano Brunelleschi que les acompañó en la visita, interesado en conocer a ese maestro del norte tan alabado por Federico de Moltefeltro- sonrió, besó al joven Masaccio y pidió que los dejaran solos.
Cuando salieron del Carmine habían pasado cinco largas horas en las que Masaccio y van Eyck, solos, juntos en la capilla, habían hablado y discutido acaloradamente. Cuando volvió a ver a Brancacci éste le preguntó su opinión sobre el joven maestro italiano. A lo que van Eyck respondió: " dejad señor que venga a Flandes y tendréis a vuestro lado al más grande de todo los pintores que haya existido".
Van Eyck volvió presuroso a Flandes para una nueva misión en Portugal. En el viaje conoció la muerte de Masaccio. Durante todo un largo día el maestro flamenco no habló con sus compañeros de viaje y estuvo taciturno y cabizbajo.
Cuando años después Joos Vyd y su esposa le proponen a él y su hermano Hubert pintar el Poliptico del Cordero Místico para la capilla de los comitentes en la iglesia de San Bavón de Gante nadie sospecha que Eyck quiere plasmar varias ideas de las que había estado disputando en la capilla Brancacci con Masaccio. Se dice que las desavenencias con su hermano, los retoques que hizo tras su muerte en el cuadro responden a una diferente manera de entender la pintura, que van Eyck tenía otra visión tras haber vuelto de Italia.
Viendo su obra es, sin duda, el mejor de los Primitivos Flamencos pero también quizás el más italiano de ellos.
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Dicen los estudios sobre la época que cuando Felipe III, duque de Borgoña, convirtió a Eyck en su pintor de Corte le tomó tanto aprecio y amistad que le encargó misiones diplomáticas secretas en varios países.
Quisiera creer que en unos de esos viajes contactó en Florencia con Felice Brancacci, rico mercader de sedas, alto cargo del Communale florentino y antiguo embajador en Egipto. Preocupada la Cristiandad con el invasor Turco que amenazaba Constantinopla, Brancacci era el hombre ideal para conocer sus intenciones y, a través de Van Eyck, tener informados a los borgoñones y a los Capetos franceses.
En realidad, Van Eyck apenas tenía pensado demorarse dos días en Florencia para realizar el parlamento, camino de Roma para ver al Papa pero era dificil sustraerse a conocer de primera mano las maravillas esculpidas en las Puertas del Baptisterio por Ghiberti y las pinturas del Giotto en la Santa Croce. Hablando con Brancacci, éste debió de querer impresionar al flamenco que le había regalado una pequeña madonna con niño, hoy perdida. Le habló de su nuevo maestro, del joven Tommaso, y el ya adulto van Eyck aceptó ver su obra no con cierta curiosidad tras oír las elevadas alabanzas del mercader.
Cuando Van Eyck contempló aun a medio terminar el cuerpo superior de la capilla, "la expulsión del paraiso" y "el tributo de la moneda"-relata en sus escritos el anciano Brunelleschi que les acompañó en la visita, interesado en conocer a ese maestro del norte tan alabado por Federico de Moltefeltro- sonrió, besó al joven Masaccio y pidió que los dejaran solos.
Cuando salieron del Carmine habían pasado cinco largas horas en las que Masaccio y van Eyck, solos, juntos en la capilla, habían hablado y discutido acaloradamente. Cuando volvió a ver a Brancacci éste le preguntó su opinión sobre el joven maestro italiano. A lo que van Eyck respondió: " dejad señor que venga a Flandes y tendréis a vuestro lado al más grande de todo los pintores que haya existido".
Van Eyck volvió presuroso a Flandes para una nueva misión en Portugal. En el viaje conoció la muerte de Masaccio. Durante todo un largo día el maestro flamenco no habló con sus compañeros de viaje y estuvo taciturno y cabizbajo.
Cuando años después Joos Vyd y su esposa le proponen a él y su hermano Hubert pintar el Poliptico del Cordero Místico para la capilla de los comitentes en la iglesia de San Bavón de Gante nadie sospecha que Eyck quiere plasmar varias ideas de las que había estado disputando en la capilla Brancacci con Masaccio. Se dice que las desavenencias con su hermano, los retoques que hizo tras su muerte en el cuadro responden a una diferente manera de entender la pintura, que van Eyck tenía otra visión tras haber vuelto de Italia.
Viendo su obra es, sin duda, el mejor de los Primitivos Flamencos pero también quizás el más italiano de ellos.
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